El Dolor
Melancolía. Degas.
En el largo historial de la Medicina en el mundo, los médicos han encontrado casi invariablemente en sus pacientes, a los dolientes, quienes pedían por su necesidad de alivio. El sufrimiento, como afecto negativo, mostró siempre su cara a través del dolor, una vivencia que podía manifestarse como trivial o, en su mayor gravedad, hasta anunciadora de una muerte inminente.
En el largo historial de la Medicina en el mundo, los médicos han encontrado casi invariablemente en sus pacientes, a los dolientes, quienes pedían por su necesidad de alivio. El sufrimiento, como afecto negativo, mostró siempre su cara a través del dolor, una vivencia que podía manifestarse como trivial o, en su mayor gravedad, hasta anunciadora de una muerte inminente.
Así fue que los esfuerzos médicos se focalizaron
en dar alivio al dolor. No exageraríamos si dijéramos que los
médicos no han avanzado mucho más en descubrir y comprender las
causas del dolor, pues su estudio es el del mensajero, y él parece
existir sólo para decir que algo ha cambiado, poco o mucho, pero
nada sabe acerca de lo que ha sucedido, y mucho menos acerca de su
propósito.
El sufrimiento, en cambio, es un síntoma que nos
remite a una sensación más profunda. Conlleva la vivencia de
cambios físicos y anímico-espirituales que la medicina clínica ha
estudiado minuciosamente. Al respecto contamos con una extensa
bibliografía que demuestra el interés médico-psicológico por
demostrar la interrelación entre cuerpo y alma y su expresión en
las así llamadas enfermedades psicosomáticas.
Sin embargo,
este modelo de estudio parece no alcanzar a darnos una cabal
comprensión de los procesos de la vida anímica y de sus múltiples
transformaciones a lo largo de la vida. Vemos que alcanzamos a dar
alivio a nuestros dolientes, pero son pocas las veces en que
alcanzamos a mejorar sus vidas. Quizás porque sólo hemos actuado
como "genios de Aladino", que cumplimos con los deseos
--legítimos por cierto-- de calmar a quien lo pide pero sin
acercarnos de la justa manera a las causas de su sufrimiento. El
hecho de que el paciente desconozca las profundidades de su cuerpo y
alma no debería ser estímulo más que para insistir en el anhelo de
dar luz sobre su devenir y sobre su constitución física, anímica y
espiritual.
Recorrer este camino junto al paciente, suscita
cambios en ambos caminantes. Y el camino se abre iluminado por las
preguntas que intentan ser las correctas. Pero... ¿podría el Médico
ser portador de estas preguntas sin ser, él mismo, el preguntado?
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