El mundo vive tiempos de fundamentalismos, dirigentes políticos son acusados abiertamente de comportamiento autista. El sectarismo y la exclusión alcanzan a diversas corrientes religiosas y políticas; las autonomías regionales pugnan por desvincularse de sus Estados. En cada hogar, un televisor se muestra ante los niños como un habitante más, que habla y no escucha. Padres que comen mirando su computadora, sin escuchar la pregunta de sus hijos, sin atención, y luego sin memoria. Poco a poco, aquellos conceptos que el niño vivenciaba con naturalidad en su alma, comienzan a perder su contenido, a disgregarse su significado.
Mientras tanto, en la vida cotidiana, la sociedad parece polarizarse en sus actitudes, piensa, siente y actúa como una mera reacción que surge más de la simpatía o antipatía para con el mundo, que de un juicio ecuánime, propio. Este es el caso en el que hablaríamos de verdadera acción, pues nace del Yo.
Mientras tanto, en la vida cotidiana, la sociedad parece polarizarse en sus actitudes, piensa, siente y actúa como una mera reacción que surge más de la simpatía o antipatía para con el mundo, que de un juicio ecuánime, propio. Este es el caso en el que hablaríamos de verdadera acción, pues nace del Yo.