“Estudio”
Leonardo Da Vinci.
El diccionario de lengua castellana define minusválido, como:
“Dícese de la persona que tiene en cierto aspecto, disminuídas sus facultades físicas”.
Y tenemos claro, pues es evidente a nuestros comunes sentidos, de qué estamos hablando cuando decimos Minusválido físico.
Podríamos extender aquí, el alcance de meras “facultades físicas”, hasta el de facultades anímicas y/o afectivas. ¿Y por qué no, espirituales?
Llamaría minusválido afectivo, por ejemplo, a quien ha extirpado de sí mismo su capacidad de interés y asombro por el mundo y la sociedad en que vive, o quien ya no siente compasión ante el dolor ajeno, o quien todo lo ve de acuerdo a la cotización en la Bolsa de Valores.
Minusválido espiritual, llamaría al que presume de religiosidad o espíritu comunitario, pero que en los hechos actúa sectariamente, acomodando las Escrituras de acuerdo a las conveniencias políticas de sus jerarquías eclesiásticas, eligiendo subordinarse a un Dios más terrestre que divino.
Seguramente cada uno de nosotros, tanto quien escribe como quien lee estas palabras, tendrá mucho por trabajar en sí mismo para desarrollar aquellas facultades del alma que yacen algo adormecidas por falta de uso, o que yacen estertorosas, por abuso.
Las minusvalías ajenas, en forma constante desentrañan y exponen al mundo nuestras propias minusvalías. Y ello nos señala un camino a ser transitado con la mejor presencia anímica y honestidad espiritual.
Es muy agradable al alma descubrir que muchas veces la gente encuentra caminos de reflexión para superar ciertos prejuicios de contacto con personas de distinto sexo, raza, religión o condición social y económica, e incluso se vuelven capaces de relacionarse sanamente con aquellas que comúmente llaman “discapacitadas”.
Y hasta reconocerse en su condición de que observador y observado son, a su manera, también minusválidos en otros aspectos.
Merece la pena reflexionar entonces acerca de la actitud que nos pudiera conducir a ver con los ojos del alma, la que atestigua compasivamente el devenir de este abanico de riquísima diversidad humana.
Minusválido profesional, sería el Médico que dedica más tiempo a mirar la Radiografía o a hablar de sí mismo, que al Hombre doliente que está sentado ahí, aguardando por ser ayudado.
Minusválido educacional, llamaría al docente que pretende introducir información en las cabezas de los niños bajo amenazas de bajas calificaciones o sanciones disciplinarias, en lugar de suscitar un genuino interés y entusiasmo por el saber acerca del mundo y sus manifestaciones.
Minusválido anímico, sería quien pudiendo hacer algo por aportar de sí lo mejor para la solución de un conflicto, opta por acomodarse en un juicio cínico que revela desidia e indolencia, y mira para otro lado.
Minusválido moral, quien reina con corona de lata, pero que, como Rey tuerto, busca una población de ciegos para su manipulación.
“Dícese de la persona que tiene en cierto aspecto, disminuídas sus facultades físicas”.
Y tenemos claro, pues es evidente a nuestros comunes sentidos, de qué estamos hablando cuando decimos Minusválido físico.
Podríamos extender aquí, el alcance de meras “facultades físicas”, hasta el de facultades anímicas y/o afectivas. ¿Y por qué no, espirituales?
Llamaría minusválido afectivo, por ejemplo, a quien ha extirpado de sí mismo su capacidad de interés y asombro por el mundo y la sociedad en que vive, o quien ya no siente compasión ante el dolor ajeno, o quien todo lo ve de acuerdo a la cotización en la Bolsa de Valores.
Minusválido espiritual, llamaría al que presume de religiosidad o espíritu comunitario, pero que en los hechos actúa sectariamente, acomodando las Escrituras de acuerdo a las conveniencias políticas de sus jerarquías eclesiásticas, eligiendo subordinarse a un Dios más terrestre que divino.
Seguramente cada uno de nosotros, tanto quien escribe como quien lee estas palabras, tendrá mucho por trabajar en sí mismo para desarrollar aquellas facultades del alma que yacen algo adormecidas por falta de uso, o que yacen estertorosas, por abuso.
Las minusvalías ajenas, en forma constante desentrañan y exponen al mundo nuestras propias minusvalías. Y ello nos señala un camino a ser transitado con la mejor presencia anímica y honestidad espiritual.
Es muy agradable al alma descubrir que muchas veces la gente encuentra caminos de reflexión para superar ciertos prejuicios de contacto con personas de distinto sexo, raza, religión o condición social y económica, e incluso se vuelven capaces de relacionarse sanamente con aquellas que comúmente llaman “discapacitadas”.
Y hasta reconocerse en su condición de que observador y observado son, a su manera, también minusválidos en otros aspectos.
Merece la pena reflexionar entonces acerca de la actitud que nos pudiera conducir a ver con los ojos del alma, la que atestigua compasivamente el devenir de este abanico de riquísima diversidad humana.
Minusválido profesional, sería el Médico que dedica más tiempo a mirar la Radiografía o a hablar de sí mismo, que al Hombre doliente que está sentado ahí, aguardando por ser ayudado.
Minusválido educacional, llamaría al docente que pretende introducir información en las cabezas de los niños bajo amenazas de bajas calificaciones o sanciones disciplinarias, en lugar de suscitar un genuino interés y entusiasmo por el saber acerca del mundo y sus manifestaciones.
Minusválido anímico, sería quien pudiendo hacer algo por aportar de sí lo mejor para la solución de un conflicto, opta por acomodarse en un juicio cínico que revela desidia e indolencia, y mira para otro lado.
Minusválido moral, quien reina con corona de lata, pero que, como Rey tuerto, busca una población de ciegos para su manipulación.
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